lunes, 11 de marzo de 2013

MIENTRAS MIRABA SU REFLEJO


MIENTRAS MIRABA SU REFLEJO

Por: @Violetta_Rabe



Y ahí estaba ella, sentada en ese cómodo sillón junto al gran espejo de la sala, mientras pasaba las hojas de ese viejo libro que encontró en la biblioteca, el silencio se rompió cuando el timbre, como un intruso se hizo notar, alzó la mirada y  con ligereza se levantó de su cómodo asiento.

Abrió la puerta y un misterioso hombre le entregó un sobre y con un pequeño hilo de voz agregó “no llegues tarde”, se voltio y mientras caminaba por la acera se hacía más pequeño. Ella extrañada abrió el sobre, era una invitación a su propio velorio.

Al llegar al lugar, unos lloraban, otros miraban con ese complejo de superioridad tan natural, otros discretamente susurraban de lo buena que era, o de lo mala que fue.  Al acercarse al ataúd estaba ella, acostada, con los labios pálidos, pero con una serenidad incomparable, en ese momento se enteró que en realidad había muerto.

No estaba asustada, solo confundida, ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuándo había sucedido? Ahora parecía que el tiempo se detenía, las manecillas del reloj, como guerreras luchaban por avanzar pero no lo lograban, ella ahora era feliz.

Le asustaba la idea del correr del tiempo, no por envejecer, sino por no alcanzar a cumplir sus sueños, esas ideas utópicas que imaginaba constantemente, esas discusiones entre lo que era real y lo que era fantasía, esos choques con la realidad que la hacían reaccionar o tal vez la motivaban para que siguiera soñando, tenía miedo de no vivir, y ahora muerta, estaba lista para hacerlo, sin afán, sin las manecillas del reloj persiguiendo su camino, atormentándola como guerreras que van en busca de peleas para salir triunfadoras, tenía siempre miedo de que el tiempo le ganara, pero ese ya no era un problema.

Ahora estaba muerta pero preparada para vivir en la eternidad, el tiempo no existía, bueno si, pero a ella ya no le importaba, comenzaba a disfrutar sin el tormento constante de una preocupación temporal, era una muerte llena de sonrisas que se generaban por placer y no por apariencia, pero con el tiempo cayó en lo absurdo de la monotonía.

Sus días estaban marcados por la rutina que antes la complacía y ahora le generaba incomodidad, su muerte se parecía a su vida pasada, llena de personas pero al tiempo sin nadie con quien compartir, ya ni los libros eran sus amigos, los había devorado una y otra vez, su mundo se volvía insoportable, leve y a la vez pesado.

Caminando, mientras reflexionaba sobre su muerte, sintió que todo comenzaba a silenciarse y solo el crujir de las paredes llenaba el aturdidor ambiente, todo se desmoronaba poco a poco, las personas a su alrededor se derretían.

Mientras avanzaba por la calle llena de escombros y fragmentos de rostros derretidos aquel hombre que le entrego el sobre se paró frente a ella, mientras susurraba “ya es hora”.

Comenzó a correr como nunca lo había hecho, las calles se hacían eternas, en el fondo de la gran avenida se lograba divisar un enorme espejo, se concentró en él, sus pies ya se movían por inercia, ella avanzaba mientras el viento se cortaba con su rostro. Al llegar a él se impulso con gran fuerza y se lanzó intentando pasar al otro lado.

Con esfuerzo colocó sus pies sobre el marco y logro traspasarlo, miró con decepción su reflejo  y una vez más se avergonzó de haber huido, pero aún sigue ahí, en el cómodo sillón junto al gran espejo de la sala, mientras pasa las hojas de ese viejo libro.

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