MIENTRAS MIRABA SU REFLEJO
Por: @Violetta_Rabe
Y
ahí estaba ella, sentada en ese cómodo sillón junto al gran espejo de la sala,
mientras pasaba las hojas de ese viejo libro que encontró en la biblioteca, el
silencio se rompió cuando el timbre, como un intruso se hizo notar, alzó la
mirada y con ligereza se levantó de su
cómodo asiento.
Abrió
la puerta y un misterioso hombre le entregó un sobre y con un pequeño hilo de
voz agregó “no llegues tarde”, se voltio y mientras caminaba por la acera se
hacía más pequeño. Ella extrañada abrió el sobre, era una invitación a su
propio velorio.
Al
llegar al lugar, unos lloraban, otros miraban con ese complejo de superioridad
tan natural, otros discretamente susurraban de lo buena que era, o de lo mala
que fue. Al acercarse al ataúd estaba
ella, acostada, con los labios pálidos, pero con una serenidad incomparable, en
ese momento se enteró que en realidad había muerto.
No
estaba asustada, solo confundida, ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuándo había
sucedido? Ahora parecía que el tiempo se detenía, las manecillas del reloj,
como guerreras luchaban por avanzar pero no lo lograban, ella ahora era feliz.
Le
asustaba la idea del correr del tiempo, no por envejecer, sino por no alcanzar
a cumplir sus sueños, esas ideas utópicas que imaginaba constantemente, esas
discusiones entre lo que era real y lo que era fantasía, esos choques con la
realidad que la hacían reaccionar o tal vez la motivaban para que siguiera
soñando, tenía miedo de no vivir, y ahora muerta, estaba lista para hacerlo,
sin afán, sin las manecillas del reloj persiguiendo su camino, atormentándola
como guerreras que van en busca de peleas para salir triunfadoras, tenía
siempre miedo de que el tiempo le ganara, pero ese ya no era un problema.
Ahora
estaba muerta pero preparada para vivir en la eternidad, el tiempo no existía,
bueno si, pero a ella ya no le importaba, comenzaba a disfrutar sin el tormento
constante de una preocupación temporal, era una muerte llena de sonrisas que se
generaban por placer y no por apariencia, pero con el tiempo cayó en lo absurdo
de la monotonía.
Sus
días estaban marcados por la rutina que antes la complacía y ahora le generaba
incomodidad, su muerte se parecía a su vida pasada, llena de personas pero al
tiempo sin nadie con quien compartir, ya ni los libros eran sus amigos, los
había devorado una y otra vez, su mundo se volvía insoportable, leve y a la vez
pesado.
Caminando,
mientras reflexionaba sobre su muerte, sintió que todo comenzaba a silenciarse
y solo el crujir de las paredes llenaba el aturdidor ambiente, todo se
desmoronaba poco a poco, las personas a su alrededor se derretían.
Mientras
avanzaba por la calle llena de escombros y fragmentos de rostros derretidos
aquel hombre que le entrego el sobre se paró frente a ella, mientras susurraba
“ya es hora”.
Comenzó
a correr como nunca lo había hecho, las calles se hacían eternas, en el fondo
de la gran avenida se lograba divisar un enorme espejo, se concentró en él, sus
pies ya se movían por inercia, ella avanzaba mientras el viento se cortaba con
su rostro. Al llegar a él se impulso con gran fuerza y se lanzó intentando
pasar al otro lado.
Con
esfuerzo colocó sus pies sobre el marco y logro traspasarlo, miró con decepción
su reflejo y una vez más se avergonzó de
haber huido, pero aún sigue ahí, en el cómodo sillón junto al gran espejo de la
sala, mientras pasa las hojas de ese viejo libro.
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